Usemos la libertad de comunicarnos

Hablar parece un tema recurrente. Mejor dicho, comunicarse lo es. Acercarse unos a otros en el intento altruista de compartir. Y más aún: compartir esos “unos y otros” que no son personas sino sentimientos. Es ahí donde más cuesta traducirse, prepararnos para la transferencia a otros oídos, otros cuerpos.
Dicen que la música es el idioma universal y es justo ese estandarte. Porque a través de cualquier lengua abre las puertas a la reflexión o a la compañía, rescatando un valor común en vez de pregonar discursos cerrados.
Este encuentro tiene que ver con todo ello: las personas, los sentimientos, la música, la poesía, el espacio, el tiempo... las distancias. Pero no cualquier distancia sino aquellas que rompieron sus voces y hablan, a veces de la soledad, otras tantas de la manera de salvarla.
Otra vez, como en todas las anteriores, se trata de hacer circular pensamientos, crear, producir, imaginar, permitirse sentir y animarse a decirlo.
Todas las ideas son perfectibles, pero sólo si las ponemos en contacto.
Ser valiente es jugarse a ser vulnerable. Permitir el perdón como las críticas, admitir el error como las mejores ideas. Y luego si, volver la mirada hacia al otro, la palabra hacia el otro, el gesto... y permitirle también ser vulnerado.
Muchas catástrofes son consecuencia de los choques. En cambio, el diálogo ¿cuánto mal ha generado comparado con aquéllos?
No escribo esto para forzar proyectos. Me basta con que usemos la libertad de comunicarnos para mejorar situaciones que nos preocupan.
Y es un principio.
Y es suficiente.
Es compartir, de nuevo, con la gente.