Este es un lugar…

De chicos nos escondemos en lugares recónditos y nos reímos de los adultos que nos buscan incansablemente mientras, en el fondo, esperamos que nos encuentren.
Cuando somos grandes ¿no hacemos lo mismo?
Yo creo que si, aunque tal vez no nos impulse a ocultarnos la risa, sino el miedo o la vergüenza, o la tristeza. Da igual. De cualquier manera persiste en nosotros el deseo de que nos encuentren.
Por eso es que nos debíamos un recreo con aquella capacidad de reír y de mirar al otro, de esconderse y hallarse, de experimentar por primera vez las sensaciones fundamentales y de recuperar, por qué no, la inocencia de esos momentos.
Este viaje tiene un objetivo particular: el preguntarnos si no hacemos mal en relacionar la inocencia con la niñez. ¿Cuál es acaso la imposible incompatibilidad de los adultos con la inocencia? ¿El exceso de experiencia? ¿O será el de desconfianza?
Volver a un tiempo pasado en busca de las cosas que supuestamente perdimos al abandonar la niñez puede llegar a ser tentador; pero aquí la propuesta es otra: es soltar algunas palabras en forma de verso o prosa, y encontrar en ellas el significado de la inocencia.
Para los que ya crecimos, este es un lugar escondido entre el viaje al trabajo, la necesidad de estar en contacto, y la de recibir correspondencia. Es decir, el lugar hoy casi inexistente entre el tiempo marcado y el que hay que cumplir, o el abismo entre el deber y el querer. Pero es un lugar al fin. Uno que no conoce distancias geográficas y que pretende forzar las barreras temporales, como las que diferencian los momentos de ocio y los de lectura y las edades para hacer una u otra cosa. Es, en definitiva, el lugar a donde los invitamos a esconderse y a buscarse nuevamente, como cuando éramos chicos.