“Había una vez, en un país muy, muy lejano…” “Esta es la historia de un chico que…”
Hay frases en los cuentos que parece imposible no frecuentar. Sin embargo, no por recurrentes dejan de sobresalir del resto. ¿Qué nos atrae a esos lugares comunes? ¿Acaso es algo oculto y mágico que nos lleva a imaginar?
Tal vez no haga falta apelar a lo invisible, tal vez lo que nos lleve sea la real necesidad de crear. Incluso puede que, en ese sentido, sean tácticas de supervivencia. Las historias son fantásticas en nuestra cabeza. Nos distraen (para bien o para mal) de obligaciones acumuladas que aparecen como urgentes. Son la pausa necesaria entre las historias reales, las que nos atraviesan y las que decidimos vivir. Y entre las imaginadas y las que se van formulando, algún lugar nos queda para nuestra historia. Pero ese camino es tan difícil de seguir como lo es encontrar al amor de nuestra vida. Quizás, arriesgo, la clave sea continuar la búsqueda más allá de un cuerpo, un corazón, una mente; reencontrarse con la fe en el amor, encontrarle sentido a lo que uno vive. Eso es volver a enamorarse, aunque no sea de una persona.
Permíteme contarme una historia, una que me recuerde que es posible aún la fantasía, una que siente las bases en la imaginación, porque de ella nació toda “realidad”. Déjame contarme una historia que me cuente que lo más maravilloso que tiene la vida no es vivir para contarla, sino antes permitirse sentir para vivirla.
Hay frases en los cuentos que parece imposible no frecuentar. Sin embargo, no por recurrentes dejan de sobresalir del resto. ¿Qué nos atrae a esos lugares comunes? ¿Acaso es algo oculto y mágico que nos lleva a imaginar?
Tal vez no haga falta apelar a lo invisible, tal vez lo que nos lleve sea la real necesidad de crear. Incluso puede que, en ese sentido, sean tácticas de supervivencia. Las historias son fantásticas en nuestra cabeza. Nos distraen (para bien o para mal) de obligaciones acumuladas que aparecen como urgentes. Son la pausa necesaria entre las historias reales, las que nos atraviesan y las que decidimos vivir. Y entre las imaginadas y las que se van formulando, algún lugar nos queda para nuestra historia. Pero ese camino es tan difícil de seguir como lo es encontrar al amor de nuestra vida. Quizás, arriesgo, la clave sea continuar la búsqueda más allá de un cuerpo, un corazón, una mente; reencontrarse con la fe en el amor, encontrarle sentido a lo que uno vive. Eso es volver a enamorarse, aunque no sea de una persona.
Permíteme contarme una historia, una que me recuerde que es posible aún la fantasía, una que siente las bases en la imaginación, porque de ella nació toda “realidad”. Déjame contarme una historia que me cuente que lo más maravilloso que tiene la vida no es vivir para contarla, sino antes permitirse sentir para vivirla.
Cm
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