Suerte que ya no te tengo

Antes de sentarme a escribir sobre el miedo pensaba darle un espacio más abstracto. Pero sucedió que en el mes que lleva elegido el tema lo experimenté de muchas formas y pensé en todas las personas que por alguna razón viven permanentemente temerosas de lo que pueda pasarles. Y entonces me di cuenta de lo importante que es conocerse y saber en qué momento decir: “BASTA. No pienso dejar que el miedo me gobierne.” No hay derecho a que esto pase. Ni por causa de la inseguridad, ni por causa del pasado, ni por temor al futuro. Ni por las personas que amenazan, ni por los que menosprecian y rebajan.
Mi plan es mirar hacia delante. Tomar del miedo el error y del error el aprendizaje.
El miedo, como los prejuicios, no hace daño por ser portado, sino por la forma en que es ejercido. Y el peor miedo es aquel en el que creemos.
El encuentro de este mes es para decir en voz bien alta: basta, basta de miedos e inseguridades; de presiones y preguntas que corroen nuestras capacidades. Si acaso lo que hacemos es para mejor y no en perjuicio de nadie, el miedo no debiera ser quien nos juegue en contra.
Es hora de invertir la ecuación.
Es hora de inhabilitar al miedo.
Cm

1 comentario:

3nriqu3G dijo...

Suscribo tu apelación anti-meticulosa. Por esto días, un comunicador parece haber cometido una suerte de plagio, lo cual es bastante grave. Sin embargo, pese a la gravedad del asunto, tipificado en el Código Penal Argentino, hay, en el argumento del periodista, una esencialidad que exige una inoculación preventiva. En efecto, lo que preocupa no es que el señor González Oro haya presuntamente plagiado un texto ajeno, a mi juicio también equivocado. Lo más llamativo es la tendenciosidad argumentativa que desplegó. Su dedo puntiagudo acusador dirigido contra este sufrido pueblo que padeció la marginalidad y la pobreza, la explotación y el desprecio, el olvido, la persecución y la muerte.
Una vez me dijo un joven, ilustrado y recto, que a Perón lo había traído la pobreza. Yo pienso que a Perón, además de la pobreza, lo trajo la desesperación. La desesperación de los mismos que hoy escuchan el anatema del señor Oro, blandiendo una teoría preñada de fallos argumentativos, y haciendo gala de una impunidad verbal inquietante. Bien, parece que a algunos señores los ha traído la pobreza ética, y esa manía «snobista», que tienen algunos comunicadores, de subestimar a la intelectualidad de los argentinos.
Aquí cabe aplicar la sentencia de Wittgenstein: mejor callar lo que no se puede decir; o cabe la prudente suspensión del juicio de los escépticos. Pero hay más, con la Fenomenología del espíritu, Hegel fulminaría el argumento alzado en contra de los pueblos, poniendo en su justo lugar su valor ético, y responsabilizando a la conducción por la interpretación anómala del espíritu del pueblo.
En otros tiempos, por mucho menos, o tal vez por mucho más, por vergüenza, un malintencionado no esperaba que se le acercara ningún arma para hacer lo que tenía que hacer; él mismo la buscaba y se liquidaba simbólicamente, es decir, no hablaba porque sabía que había caído en el descrédito. Practicaba el ostracismo de la palabra.
Como sugiere tu excelente escrito, la condenación no está servida.

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