Velos en la frente

Velos en la frente enceguecen la mirada. ¿Quién sabe cuánto? A veces depende del velo, y otras, de quien lo usa.
Verlos en la frente no es difícil. A veces lo difícil es comprender por qué están allí.
Ve a las huellas sin rumbo, al tecleo vacío de una computadora en una oficina, al horario en que tu local preferido está cerrado, a la puerta de la oportunidad que ya pasó, al recuerdo que no quiere irse, al silencio del disco que terminó de sonar.
Ahí están los velos sin frente: prescindibles, indeseados o inútiles. Pero que al menos no estorban.
Cuando en cambio un velo ve lo que pasa al encontrarse con una mente, se estaciona cómodo en la frente, cierra los ojos, por no decir que cierra todos los sentidos, hasta dejar los necesarios para la supervivencia.
Si en cambio los ojos escapan, la mente escapa y la frente está limpia, ver no es tan complicado. Vente y lo comprobarás.

2 comentarios:

3nriqu3G dijo...

«A la princesa Ariadna, mi amada. Es un prejuicio que yo sea un ser humano. Pero ya he vivido entre los hombres y conozco todo lo que los hombres pueden experimentar, desde lo más mínimo hasta lo más alto. Yo he sido entre los indios Buda, en Grecia Dionisos, Alejandro y Cesar son mis encarnaciones, igual que el poeta de Shakespeare, Lord Bacon. Por último fui además Voltaire y Napoleón, quizás también Richard Wagner... Pero esta vez vengo como el triunfante Dionisos, que hará de la Tierra un día festivo... No es que tenga mucho tiempo... Los cielos se alegran de que yo este aquí... También he estado colgado en la cruz...» Federico Nietzsche

Anónimo dijo...

Cuando Umberto Eco describe al final de El nombre de la rosa la escena en que el protagonista, Guillermo de Baskerville, está derrotado, y está acompañado de quien hace de hilo conductor de toda la novela, Adso, que quiere decir «estar presente frente a», Adso ve entristecido a su maestro que dice haber fracasado. Adso le dice que no, que ha descubierto el misterio por el que murieron tantas personas, dónde estaba el caballo perdido del abad, y que eso significa que hay un orden en el universo. La respuesta de Guillermo es: «no, Adso, eso significa que hay un poco de orden en mi pobre cabeza» Exactamente allí se acaba la Edad Media. Toda la Edad Media está sostenida por esa convicción: es un pre-supuesto según el cual hay un orden en el universo, y que la mente humana es capaz de captarlo. Sin embargo, para que se intente proyectar un orden en el universo, primero hay que dejar de creer que este universo tiene un orden.
Cuando los medievales planteaban la querella de los universales, la luchas (polemos) sobre los términos universales, ponían siempre el ejemplo de la rosa porque, paradójicamente, es el menos espinoso de los ejemplos. Por eso Umberto Eco llamó a su novela El nombre de la rosa. La última oración de esa novela está escrita por un anciano, que es Adso ya viejo, que se recuerda a sí mismo como testigo de declinación final de un mundo que dará paso a la modernidad. Dirá, entonces: «la justicia no es nada más que un ruido que se hace con la boca»

Para irse por las ramas (del arte y la literatura)

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